Tras el fin de la I Guerra Mundial, el área denominada Eretz Israel por los sionistas pasó a quedar bajo el control británico hasta mayo de 1948. La Sociedad de Naciones le concedió a Gran Bretaña el mandato para gobernar la región y desarrollarla en beneficio de sus habitantes. El mandato tenía como objetivo desarrollar el país y guiar a la población al autogobierno y posteriormente a su autodeterminación e independencia. Como instrumento político de un nuevo tipo de colonialismo occidental, el sistema de mandatos favorecía los intereses británicos y franceses en la región. Le otorgaba al Imperio británico el control geográfico de la ruta a la India y al resto de sus colonias en Asia y garantizaba su acceso a los recursos energéticos de Oriente Medio. El Mandato británico sustituyó al régimen militar que controló el área tras la guerra. Operó durante casi 30 años a través de una burocracia civil colonial con el alto comisionado británico y su cuerpo de funcionarios. Introdujeron unos métodos europeos en la administración de la zona y se creó una infraestructura moderna. Los británicos bautizaron la región con el nombre de Palestina, y tras la petición de los sionistas, Palestina-Eretz Israel en hebreo. Rediseñaron las fronteras según el sistema colonial de la diplomacia europea. En un principio el territorio abarcaba desde la costa mediterránea al oeste hasta el desierto de Transjordania al este. En 1922 Gran Bretaña separó Palestina de la Transjordania de la dinastía hachemita, la Jordania actual. De 1918 a 1921 la frontera de Palestina del Mandato fue fijada por Gran Bretaña y Francia y aprobada por la Sociedad de las Naciones en 1922. Alrededor de 60.000 judíos y medio millón de árabes vivían en la región al principio del Mandato británico. Cuando terminó el mandato, en 1948, había en el país 600.000 judíos y 1.5 millones de árabes. Este número indica que ambas comunidades incrementaron su población es este periodo, pero el ritmo de crecimiento de los judíos superó al de los árabes. Era el resultado de las nuevas olas de inmigración de los años 20 y 30. La política británica, al menos en 1939, consistía en apoyar a ambas comunidades de manera equilibrada. La administración británica financió proyectos como las carreteras, el agua, la irrigación, los ferrocarriles, los nuevos puertos, las redes postales, las líneas telefónicas, los aeropuertos y las emisiones radiofónicas. Incluso crearon unas fuerzas policiales locales; financiaron la construcción de escuelas y hospitales, ayudaron a las empresas, a la agricultura y a la industria y en la creación de instituciones financieras. En realidad los judíos se beneficiaron de las iniciativas británicas mucho más que los árabes. ¿Por qué hubo tal desequilibrio en los resultados a pesar del deseo de equilibrio de los británicos? A un nivel práctico, la comunidad judía era básicamente una comunidad europea con un nivel más alto de formación técnica, más preparada y con un nivel de alfabetización mayor que la comunidad árabe. Sabían mucho mejor que los árabes cómo aprovechar las aportaciones de los británicos. Tenían la mano de obra para convertir el apoyo potencial británico en proyectos reales que contribuirían al desarrollo. A un nivel político oficial, el mandato otorgado a Gran Bretaña por la Sociedad de las Naciones especificaba los puntos siguientes. Uno: Gran Bretaña garantizaría la fundación de una patria nacional para los judíos por medio de la creación de los medios políticos, económicos y administrativos creados con ese fin. Dos: Gran Bretaña junto con la Agencia Judía como representante de los judíos, trabajaría en la implementación de la declaración de Balfour. Tres: Gran Bretaña apoyaría la inmigración judía y los asentamientos. Cuatro: Gran Bretaña tenía la obligación de no hacer nada que coartara los derechos de los no judíos y de contribuir al desarrollo de la comunidad árabe-palestina en el territorio. Queda claro en el documento oficial del mandato que mientras que la tarea de los británicos para con los judíos sionistas es activa y orientada a la acción, la actitud hacia la población árabe era pasiva y al máximo de protección. Aparentemente la administración británica intentaba impulsar ambas comunidades pero de hecho ayudó a los judíos más que a los árabes. Los británicos en ocasiones fueron acusados tanto por los judíos como por los árabes de apoyar al otro bando. Los árabes tenían la impresión de que Gran Bretaña estaba mucho más a favor del objetivo de los sionistas y muchos veían en la política pro-sionista una nueva forma de colonialismo europeo. El hecho que el alto comisionado británico fuera sir Herbert Samuel, un judío partidario de la Declaración de Balfour, hacía que las sospechas aumentaran. En total en los años veinte y treinta, el mandato ayudó a los sionistas a hacer realidad la creación de una comunidad nacional viable en la región. En hebreo era denominada "Yishuv", es decir, la comunidad judía de Palestina. Las autoridades británicas, con alguna excepción, contribuyeron en general al desarrollo de unas instituciones políticas sionistas. En parte financiaron la enseñanza del hebreo, permitieron y facilitaron la inmigración y la adquisición de tierras y los asentamientos por parte de los judíos al menos hasta 1936. Participaron en programas de asistencia en épocas de dificultades económicas; emprendieron la modernización del país con proyectos como la construcción de Haifa o la creación de una central eléctrica junto al río Jordán; crearon unos tribunales modernos que serían la base del sistema que ayudaría a salvaguardar la propiedad y la vida. Gran Bretaña fracasó en su intento inicial de construir un consejo legislativo en Palestina que representara proporcionalmente a los ciudadanos. Sugirieron que la entidad representara a la población; las dos comunidades se negaron a participar. Los judíos se opusieron a una oferta así porque afectaría su estatus como minoría. Los árabes se oponían porque se negaban a cooperar políticamente con los sionistas, a los que veían como unos invasores coloniales.